Cuando la soledad llama a tu puerta
“… Y algunas veces suelo recostar mi
cabeza en el hombro de la luna... y le hablo
de esa amante inoportuna que se llama soledad”
Joaquín Sabina, Que se llama Soledad
El acelerado ritmo de la sociedad moderna y ese apuro extremo que tiene la gente en hacer dinero para pagar esas cosas que “nos hacen la vida más cómoda”, no fomentan en absoluto las relaciones humanas verdaderamente afectuosas, sí las virtuales.
Redes sociales, twitts, webs, blogs, correos electrónicos, ¿realmente nos estamos comunicando? ¿Tener a un amigo agregado a tu Facebook te acerca o te aleja más de él? De los 400 amigos que tienes agregado ¿con cuántos de ellos puedes contar? ¿Cuántos saben el nombre de tu hijo? De los que están ahí ¿cuántos te escuchan cuando lo necesitas?
Siento que esas formas de “comunicación” antes mencionadas paradójicamente aíslan de un cierto modo a las persona hasta el punto de que no le importa si tienen verdaderos amigos o no. La verdad es que una sonrisa o el cariño de una mirada normalmente son cosas que no se perciben por teléfono ni en un email.
“El infierno está todo en esta palabra: soledad”, decía Víctor Hugo. La soledad nos va alejando de lo cotidiano y va creando en nosotros un nuevo rostro, una nueva coraza, una armadura de hierro. La soledad es una pena muda, un silencio prolongado. Es una compañera que puede ser buena o mala. Es un estado muy raro, unos huyen de ella, otros la persiguen y la mayoría se angustian de sólo pensarla. Hay más gente en esa situación de la imaginamos. Amigos cercanos, parientes, vecinos y estoy seguro que algunos lectores de este blog.
La soledad muchas veces es buena, permite que nos conozcamos mejor. Todos necesitamos y merecemos un tiempo con nosotros mismos.